por Magaly Olivera ■  20 ene 2023
Vivos: intimidad y denuncia

El cine de Ai Weiwei produce en mí un efecto extraño. Por un lado, las hipnotizantes imágenes que captura me conducen a estados casi oníricos. Muchas veces me siento ahí, dentro de los lugares que retrata, casi percibiendo los olores y las sensaciones en el cuerpo que rodean a sus protagonistas. Luego algo se quiebra, recuerdo los temas que el artista chino retrata y siento culpa por dejarme seducir por las texturas de una imagen preciosa, que en el fondo lo que comunica son realidades grotescas.

Así, cuando veo Vivos (2020) a momentos me dejo llevar por la belleza de las tradiciones mexicanas, por sus colores, sus trajes típicos y su atractiva gastronomía. “Qué hermoso país”, pienso superficialmente, pero un testimonio interrumpe “Nosotros entendemos que hay gente mala, pero los malos los asesinan y los dejan. Y el Gobierno no es así. Se los lleva y si hace lo que hace, los esconde. Por eso nosotros no podemos dar con ellos, porque no sabemos qué hizo con nuestros hijos. Porque si no hubiera sido el Gobierno ya nuestros hijos, fuera como fuera, ya hubiéramos dado con ellos”.

Se trata de la persecución, asesinato y desaparición forzada de estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en la madrugada del 26 de septiembre; un suceso con el que muchísimas personas en el mundo están familiarizadas, pero en torno al cual todavía no existen respuestas claras sobre los hechos ocurridos en 2014.

Esta certeza que se declara en pantalla, la de saber que es el Gobierno quien encubre y comete crímenes de lesa humanidad, hace que toda experiencia estética sea interrumpida. Aunque hay belleza en la herencia cultural de México, la violencia y corrupción parecen permearlo todo, y el resultado de las películas sobre la realidad nacional es un coraje y dolor al que todas aquí ya estamos acostumbradas.

Precisamente por ese hábito que hemos adquirido, esa especie de inmunización al dolor ajeno que adoptamos para sobrellevar el día a día, es que encuentro en muchas películas, artículos periodísticos y otras formas de registro de la violencia del país ciertas similitudes formales que pocas veces me devuelven las ganas de luchar y denunciar. Para ser más precisa, en ocasiones quisiera comprender con mayor profundidad cómo es que ante el salvajismo del crimen en México no existe castigo para los culpables; dónde están los más de 80 mil desaparecidos y por qué pueden ocurrir 11 feminicidios en un solo día. Difícilmente encuentro visiones más profundas a las causas y procesos de la impunidad en estos ejemplos, y ahí es donde reside lo que, para mí, es el rasgo más valioso de Vivos.

En Vivos se reúnen tanto testimonios de tono más conmovedor (aquellos de los familiares de los estudiantes de Ayotzinapa), como datos concretos que expertos en el tema han podido concluir. Sabemos que la investigación en torno a lo sucedido en aquellos días es difícil de acceder y que, en el camino, se han colocado muchas trabas para poder desentrañar los detalles y los culpables de este crimen. Sin embargo, las voces de John Gibler, Kate Doyle, Témoris Grecko, Ernesto López Portillo Vargas y Ximena Antillón Najlis, entre otras, brindan un enfoque profundo sobre la participación del Estado en las acciones cometidas la madrugada del 26 de septiembre, así como en la manipulación de los datos y la mala comunicación que se tiene con los familiares sobre el paradero de sus hijos. Sin total acceso a una verdad absoluta, la información manifestada en Vivos deja claro que hay intenciones institucionales por ocultar la verdad, ya que en ella podría estar la clave para iluminar otros problemas que azotan al país, como la participación del Estado en el narcotráfico.

La suma de la intimidad con que acompañamos a los familiares de los estudiantes asesinados, heridos y desaparecidos; de la belleza de sus costumbres y valores, junto con la mirada objetiva de los investigadores en Vivos, hacen que este documental tenga una visión particular de un hecho histórico que ha sido retratado en múltiples ocasiones. No se trata de una simple oda al dolor ni tampoco de una densa investigación forense, en la película de Ai Weiwei se vislumbran muchos otros efectos de un suceso como este, sus ecos en las tradiciones familiares, en el trabajo en el campo, en la historia del país y también en la concepción que tenemos de las personas que nos gobiernan; una combinación ideal para movilizar a las espectadoras.

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