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por Daniela Rea ■  20 ene 2023
Una mujer reparte botellas de agua con el rostro de su hija desaparecida

En junio de 2011 la Caravana del Consuelo, como le llamó el poeta Javier Sicilia al caminar de cientos de familias lastimadas por la violencia, llegó a Chihuahua. Chihuahua era el destino final de su recorrido, iniciado un par de semanas antes en Cuernavaca, Morelos; la ciudad donde el hijo del poeta y seis amigos de la infancia fueron asesinados.

La caravana llegó de madrugada, cinco o seis horas después de lo planeado, a bordo de trece autobuses que se detenían cada tanto en la carretera sumando víctimas con el retrato de su amado en el pecho. Había recorrido Morelos, Ciudad de México, Michoacán, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Coahuila y Nuevo León. La Plaza Mayor de la ciudad de Chihuahua estaba adornada con fotografías de mujeres asesinadas o desaparecidas y flores con la leyenda:

A los visitantes de la Marcha por la Paz, con Justicia y Dignidad: que esta revolución no huela a pólvora, sino a la fragancia de las flores”.

Víctor Quintana, un político local, tomó el micrófono y dijo a la caravana:

Comenzamos llorando y denunciando 300 muertas. Nuestras mujeres marcharon de Ciudad Juárez a México, en caravana, de luto. No nos hicieron caso. Ahora marchan ustedes de México a Ciudad Juárez, ahora lloramos a 13,000 muertos”.

Esa frase me ha acompañado desde entonces en mi trabajo como reportera. Cuando ellos lloraban a sus mujeres, no les hicimos caso. Ahora lloramos a 200,000 muertos.

Soles negros inicia el recorrido visual y emocional por la geografía de México en ese mismo estado a donde nosotros llegamos tarde y presenta justo a esas mujeres cuyos llamados de auxilio no escuchamos o a los que no pusimos suficiente atención o que no supimos cómo escuchar.

Recordar para que no vuelva a suceder. Recordar, nos han dicho una y otra vez, como la fórmula para exorcisar los horrores del pasado. Por eso testimonios, por eso marchas, por eso reportajes, por eso libros, por eso documentales. ¿Qué ha fallado entonces?

Mi nombre es Silvia Banda Pedroza. Soy mamá de Fabiola Janett Valenzuela Banda, desaparecida desde hace siete años. Reparto agüitas y abanicos. Les pediría de todo favor que si la llegasen a ver o les informan de que la han visto, marcar a las autoridades, a la fiscalía. Se los voy a agradecer muchísimo”.

En Soles negros se ve a Silvia subir a uno y otro autobús de la mano de su hijo en la calurosa y desértica ciudad del norte, donde reparte botellas de agua y abanicos de cartón con el rostro impreso de su hija. Un rostro que eventualmente alguien mirará cuando se eche aire o cuando voltee de reojo al abrir la botella de agua. Quizá así la gente no se deshaga tan rápido de él como se deshace de los rostros impresos en los volantes que arruga, que olvida en el fondo del pantalón, que mira por ahí a través de la ventana del auto. Quién sabe cuántas estrategias intentó Silvia antes de esta para lograr la permanencia del rostro de su hija en esta ciudad que parece olvidarlo todo. Recordar para que no vuelva a suceder. Recordar, nos han dicho una y otra vez, como la fórmula para exorcisar los horrores del pasado. Por eso testimonios, por eso marchas, por eso reportajes, por eso libros, por eso documentales. ¿Qué ha fallado entonces?

A Fabiola casi no la disfruté mucho porque siempre trabajé. Era muy enamorada, pero muy sumisa, muy callada. Un día Fabiola llegó y ya no tenía teléfono. ‘Lo quemé porque lo estaban rastreando’, dijo. Ese teléfono era de un federal, que supuestamente era su novio, su cliente. Desde el 2010 llegaron muchísimos federales, y pues fue en ese entonces que desaparecen a tanta niña, muchas, bastantes. Cada vez que aparecían mujeres muertas, asesinadas, yo iba a la fiscalía a identificar y me decían, ‘no, no se peocupe, su hija está bien, está viva, la traen trabajando, la están prostituyendo, se la llevan a El Paso’. Me lo decía la MP con una seguridad todo eso […]”.

Silvia en la sala de su casa recorta y pega los rostros de su hija en las botellas de agua que más tarde repartirá en los autobuses urbanos. Intuyo que por dedicarse a la búsqueda de su hija Silvia dejó de trabajar. Pienso en todo ese tiempo que estuvo a su lado y que no pudo disfrutarla porque trabajaba, pienso en lo jodida que es la vida: ahora que su hija fue desaparecida, ella tuvo que dejar el trabajo para buscarla. Buscarla, como una forma de acompañarla.

Soles negros muestra a Ciudad Juárez como a un palimpsesto: la historia del pasado, de varios pasados, y del presente. De las mujeres integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre desaparecidas hace cuarenta años en el contexto de la guerra del Estado mexicano contra la oposición; de las mujeres trabajadoras de las maquilas desaparecidas hace veinte años en el contexto del auge económico neoliberal; de las adolescentes desaparecidas hace siete o diez años en el contexto de la militarización del país. Una historia de horror sobrepuesta a otra y a otra. Una historia que no se borra, que se acumula en la vida de las personas como se acumulan los deslavados volantes pegados con engrudo en los postes de las avenidas y las calles de Ciudad Juárez, de Chihuahua, de un país.

Álbum familiar.

Chihuahua es una ciudad muy familiar su álbum está pegado en los postes en las paredes de todas las calles”. Norma Alarcón.

En Soles negros conocemos a Judith Galarza, hermana de Leticia Galarza, integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre y desaparecida el 5 de enero de 1978 en la Ciudad de México por integrantes del Estado mexicano. Judith muestra a la cámara la última foto de su hermana tomada en los calabozos del gobierno. Por su gesto “la cara de angustia, de terror”, se sabe que fue torturada. Judith dice a la cámara:

Es mentira que ya no hay asesinatos de mujeres, siguen desapareciendo, intimidando a familiares. Ciudad Juárez fue como el conejillo de indias para mandarlo, no solo al país, sino a todo América. Lo que sucedió ha sido el modelo para llevárselo a otros países, tal como es. A toda la república, ahorita está en toda la república, en el estado de México es horroroso, horrible lo que está sucediendo”.

Las historias de Silvia, mamá de Fabiola, y Judith, hermana de Leticia, se encuentran para recordarnos lo que nos advirtieron en aquella Caravana del Consuelo: ellas gritaron desde el desierto “nos están matando” y no escuchamos. No escuchamos o no pusimos atención o no supimos cómo escuchar. Pero hoy estamos aquí. Soles negros es una constancia de esa escucha. Ellas, las madres, las hermanas, las mujeres, siguen relatando su historia porque hay quien escuche. Soles negros nos convida a nosotros,
los espectadores, a escuchar.

Pero ¿es eso suficiente? Seguramente no. Las mujeres siguen siendo desaparecidas, asesinadas. En Ciudad Juárez, en Ecatepec, en Ciudad de México, en Guerrero, en Tamaulipas, en Guanajuato, en Veracruz, en… ¿Qué sigue de la escucha?

¿Qué sigue de la memoria? A veces no lo sé. Supongo que nos toca pensar, imaginar radicalmente, diseñar una justicia de y para ellas, para que las mujeres dejen de ser asesinadas o desaparecidas. Nos toca imaginar radicalmente cómo honrar esos relatos, esas vidas, de quienes están ausentes y de quienes luchan para que ninguna más tenga que ser buscada.

Semblanza

Daniela Rea es reportera, integrante del portal periodístico Pie de Página y autora del libro Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia y La tropa. Por qué mata un soldado (en coautoría con Pablo Ferri). Dirigió el documental No sucumbió la eternidad que recibió el premio Mejor Ópera Prima de DocsMX en 2018 y el Premio José Rovirosa al Mejor Documental Mexicano, entregado por la Filmoteca de la UNAM, en el mismo año.

*Para conocer la revista Soles Negros completa da click aquí

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