por Emmanuel Vizcaya ■  20 ene 2023
La materia ilusoria

Entrar a la sala de cine como al laboratorio. Entrar a la sala de cine como al cuarto de máquinas. Entrar a la sala de cine como a un planeta con sus propios misterios y leyes, al caos primigenio donde todos los órdenes están por ocurrir. Entrar a la sala de cine como a una posibilidad de abstracción para crear comunidad a través de la mirada, de ser espectadores y testigos en trance.

Antes de trasladarse a los hogares, el cine tuvo un comienzo comunitario, proyectado en un sitio lleno de gente que se acompañaba en concentración y silencio. Entrar al cine, pero más bien mirar la película en soledad o compañía, es un acto de comunión: conexión que ocurre entre los nodos comunicantes de espectador-pantalla-espectador.

El cine recrea al mundo a la vez que crea una comunidad que antes no existía. Una comunidad por lo general fugaz, si se quiere, pero que de ninguna forma exige permanecer en la fugacidad. De esa comunidad dependerá su permanencia posterior a los créditos finales. Por otra parte, ver una película también representa una experiencia íntima: como al leer un libro, se empieza y se termina a solas en una abstracción personal.

Desde el teatro de sombras y desde la linterna mágica de Atanasio Kircher, la materia del cine es la ilusión óptica. Imágenes (fotogramas) pasan corriendo una tras otra para generar la percepción de movimiento. Bajo esa premisa, ¿quién nos aseguraría que lo que sucede ante nuestros ojos diariamente no es una sucesión de cuadros inmóviles que se encadenan y deslizan a hipervelocidad? Quizá vivimos también frente a una ilusión y no hay nada para demostrar lo contrario. El movimiento de los cuadros es la ilusión cinematográfica. La vista, el sentido por excelencia, se ve alterada, modificada. ¿Cuánto de nuestro mundo se transforma a través de ese canal perceptivo?

Miramos la pantalla y se gesta la experiencia de llegar a otro lugar. Al observar el movimiento y sus ejecutores, es inevitable que busquemos nuestro propio reflejo en lo que ahí sucede. Encontrar la analogía perfecta como la pieza de un rompecabezas que nos hacía falta, aunque sea sólo momentáneamente, para conocernos (reconocernos) un poco más a fondo. La manera en que nos identificamos o empatizamos con quien disfruta o padece en la película también es un efecto de la ilusión.

Las salas de cine son espacios basados en la complicidad y la observación. El público es un solo ente que respira al compás del cinematógrafo. Sobresaltos y risas se transmiten como las ondas concéntricas de una piedrecilla en el agua. ¿Quién no ha sentido el vértigo de la emoción en el momento exacto donde se apagan las luces? Al apagarse se abre el espacio para las nuevas posibilidades del mundo. De este modo, el cine también es una experiencia, por qué no, de alucinación colectiva. Mientras la ilusión se genera sobre la pantalla, la alucinación se proyecta dentro de nuestras cabezas.

Es así como el cine puede incidir en la realidad: interviniendo el mundo a partir de lo que observamos con detenimiento. Llegamos a la película receptivos (a veces sin notarlo) para identificarnos con alguno de sus protagonistas. Es un reflejo natural buscar referentes, sensibilizarse, explicar nuestras propias circunstancias a través de la circunstancia ajena sintiéndola tan cercana, y entonces, salimos a la calle en otros zapatos, envueltos en otra piel, en una “película” que recubre nuestro cuerpo. Ahí está la primer manifestación del cine buscando llegar al mundo exterior a través de nosotros como médiums.

Pero algo particular ocurre en el cine documental o en el cine que no se vuelca por completo en la fantasía. Lo documental, en estos casos, juega un papel distinto frente a la ficción. El cine documental introduce en una atmósfera concreta, separa las capas de ese tejido pocas veces definible llamado “realidad” y nos ofrece alguna de sus variantes. Aquí exploramos lo que pocas veces hemos visto, o acaso ninguna. Se crea otro tipo de ilusión. Como si se tratara de una tijera o un filo, el documental abre quirúrgicamente (y otras veces de maneras no tan delicadas, mucho más viscerales) esa tela subjetiva en la que va envuelto el mundo. Es así como podemos percibir, ser iluminados con eso que muestra el ojo hecho de luz de la cámara.

¿Qué pasa con esa experiencia? El cine involucra. Después de terminada la película ya estamos tocados por la esquirla de un cristal roto. Ya estamos enterados de una cara antes oculta o poco desentrañada. ¿Ahora cómo podríamos funcionar de la misma forma que antes de haber sido actualizados, puestos en nuevo contexto mediante el trabajo estético y de investigación? Este es el punto exacto, el oscurecimiento de la pantalla, el encendido de las luces, donde sucede la revelación, donde termina la ilusión, permanece la alucinación y comienza la acción, la consecuencia, el efecto secundario. El cine es el lugar donde se dislocan las coyunturas del tiempo para unirse en un sólo espacio, para alzar el puente de la comunicación. Dos dimensiones separadas por una membrana de proyección: una pantalla.

Salimos de la sala de cine o simplemente encendemos la luz de la habitación y algo de nosotros se ha modificado. Por el simple hecho de tener un conocimiento nuevo, de haber explorado a través de otros ojos un filamento del mundo, nuestra manera de actuar o reaccionar (distinta cosa) se ve supeditada en mayor o menor medida a ese conocimiento adquirido. La ilusión encuentra su materialización a través de nosotros. Es entonces cuando la labor consciente entra en juego y tomamos la decisión de hacer o no hacer algo al respecto, y esa simple toma de decisión ya es cambiar el rumbo de nuestros movimientos.

Emmanuel Vizcaya (Ciudad de México, 1989). Escritor. Ha publicado la trilogía poética NEO/GN/SYS (2014), el libro de cuento breve Aerovitrales (2015) y la breve antología personal Sphera Prisma (2016). Fue fundador y editor de poesía de la revista digital [Radiador] Magazine. Con frecuencia imparte talleres de escritura creativa y produce ROTTTOR, un proyecto de experimentación sonora y música electrónica. Mantiene la cuenta de Twitter @EmmanuelVizcaya y la de Instagram e_vizcaya

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